Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

    LIBROS GRATIS

    Libros Gratis
    Libros para Leer Online
    Recetas de Cocina
    Letras de Tangos
    Guia Medica
    Filosofia
    Derecho Privado




gando el puño sobre su sillón.
--Y yo no os comprendo.
--Haced por comprenderme.
El preso clavó la mirada en su interlocutor. En ocasiones, --prosiguió Herblay, --pienso que tengo ante
mí al hombre a quien busco... y luego...
--El hombre ese que decís, desaparece, ¿no es verdad? --repuso el cautivo sonriéndose.
--Más vale así.
--Decididamente nada tengo que decir a un hombre que desconfía de mí hasta el punto que vos, --dijo
Aramis levantándose.
--Y yo, --replicó en el mismo tono el joven, --nada tengo que decir al hombre que se empeña en no
comprender que un preso debe recelar de todo.
--¿Aun de sus antiguos amigos? Es un exceso de prudencia, monseñor.
--¿De mis antiguos amigos, decís? ¡Qué! ¿vos sois uno de mis antiguos amigos? --Vamos a ver, --repuso Herblay,--¿por ventura ya no recordáis haber visto en otro tiempo, en la aldea
donde pasasteis vuestra primera infancia...?
--¿Qué nombre tiene esa aldea? --preguntó el preso.
--Noisy-le-Sec, monseñor, --respondió Aramis con firmeza.
--Proseguid, --dijo el cautivo sin que su rostro afirmase o negase.
--En definitiva, monseñor, --repuso el obispo, --si estáis resuelto a obrar como hasta aquí, no sigamos
adelante. He venido para haceros sabedor de muchas cosas, es cierto; pero cumple por vuestra parte me
demostréis que deseáis saberlas. Convenid en que antes de que yo hablase, antes de que os diese a conocer
los importantes secreto de que soy depositario, debíais haberme ayudado, si no con vuestra franqueza, a lo
menos con un poco de simpatía, ya que no confianza. Ahora bien, como os habéis encerrado en una supues-
ta ignorancia que me paraliza... ¡Oh! no, no me paraliza en el concepto que vos imagináis; porque por muy
ignorante que estéis, por mucha que sea la indiferencia que finjáis, no dejáis de ser lo que sois, monseñor, y
no hay poder alguno, ¿lo oís bien? no hay poder alguno capaz de hacer que no lo seáis.
--Os ofrezco escucharos con paciencia, --replicó el preso. --Pero me parece que me asiste el derecho de
repetir la pregunta que ya os he dirigido: ¿Quién sois?
--¿Recordáis haber visto, hace quince o diez y ocho años en Noisy-le-Sec, a un caballero que venía con
una dama, usualmente vestida de seda negra y con cintas rojas en los cabellos?
--Sí, --respondió el joven, --y recuerdo también que una vez pregunté cómo se llamaba aquél caballero,
a lo cual me respondieron que era el padre Herblay. Por cierto que me admiró que el tal padre tuviese un
aire tan marcial, y así lo expuse, y me dijeron que no era extraña tal circunstancia, supuesto que el padre
Herblay había sido mosquetero de Luis XIII.
--Pues bien, --dijo Aramis, --el mosquetero de Luis XIII, el sacerdote de Noisy-le-Sec, el que después
fue obispo de Vannes y es hoy vuestro confesor, soy yo.
--Lo sé, os he conocido.
--Pues bien, monseñor, si eso sabéis, debo añadir algo que ignoráis, y es que si el rey fuese sabedor de la
presencia en este calabozo de aquel mosquetero, de aquel sacerdote, de aquel obispo, de vuestro confesor
de hoy, esta noche, mañana a más tardar, el que todo lo ha arrostrado para llegar hasta vos, vería relucir el
hacha del verdugo en un calabozo más negro y más escondido que el vuestro.
Al escuchar estas palabras dichas con firmeza, el cautivo volvió a incorporarse, fijó con avidez creciente
sus ojos en los de Aramis, y, al parecer, cobró alguna confianza, pues dijo:
--Sí, lo recuerdo claramente. La mujer de quien me habéis hablado vino una vez con vos, y otras dos ve-
ces con la mujer...
--Con la mujer que venía a veros todos los meses, --repuso Herblay al ver que el preso se interrumpía.
--Esto es.
--¿Sabéis quién era aquella dama?
--Sé que era una dama de la corte, --respondió el cautivo dilatándosele las pupilas.
--¿La recordáis claramente?
--Respecto del particular, mis recuerdos no pueden ser confusos: vi una vez a aquella la dama acompa-
ñada de un hombre que frisaba en los cuarenta y cinco; otra vez en compañía de vos y de la dama del vesti-
do negro y de las cintas rojas, y luego otras dos veces con esta última. Aquellas cuatro personas, mi ayo, la
vieja Peronnette, mi carcelero y el gobernador, son las únicas con quienes he hablado en mi vida, y puede
decirse las únicas que he visto.
--¿Luego en Noisy-le-Sec estabais preso?
--Sí aquí lo estoy, allí gozaba de libertad relativa, por más que fuese muy restringida. Mi prisión en Noi-
sy-le-Sec la formaban una casa de la que nunca salí, y un gran huerto rodeado de altísima cerca; huerto y
casa que vos conocéis, pues habéis estado en ellos. Por lo demás, acostumbrado a vivir en aquel cercado y
en aquella casa, nunca deseé salir de ellos. Así pues, ya comprendéis que no habiendo visto el mundo, nada
puedo desear, y que si algo me contáis, no tendréis más


 

 
 

Copyright (C) 1996- 2000 Escolar.com, All Rights Reserved. This web site or any pages within may not be reporoduced without express written permission